A CINCO AÑOS DE LA REVUELTA POPULAR DE OCTUBRE

La revuelta social de octubre de 2019 tiene sus raíces en distintas manifestaciones sociales previas que venían denunciando desigualdades, injusticias de todo tipo y un cuestionamiento a las elites empresariales y políticas y las instituciones.

Octubre evidencia el agotamiento de un proceso de construcción de la democracia iniciado al finalizar la dictadura civil-militar. Amplios sectores populares esperaron largo tiempo las promesas de igualdad y justicia social que nunca llegaron mientras un reducido grupo de empresarios y los estratos de altos ingresos concentraban y concentran el poder político y económico.  

Fue la reacción digna ante los problemas estructurales que unió a millones de personas como una gran fuerza.

La revueltas social iniciada en octubre del 2019 fue la forma en que se reivindicó el derecho de un pueblo a tomar el protagonismo de su devenir histórico, demandando el cumplimiento de las promesas de la democracia y exigiendo el pleno respeto de su dignidad y de sus derechos. La revuelta tuvo como principal característica haber unificado una serie de demandas sectoriales y transformarlas en un cuestionamiento profundo al modelo imperante.

Hoy es indignante observar a los grupos empresariales y ciertos grupos políticos, especialmente la derecha y los grandes medios de comunicación, tergiversando y criminalizando lo que fue una movilización legítima y genuina.  

A más de treinta años del inicio de los gobiernos civiles, la herencia de la dictadura, principalmente su modelo económico, continúa reproduciendo los privilegios de unos pocos y la exclusión de amplios sectores de la sociedad. El sistema político no contempla una participación efectiva de la población  y se limita a promover elecciones periódicas en las cuales el poder del dinero y la concentración de la propiedad de los medios de comunicación son determinantes. 

El enorme despliegue que realizan las élites económicas y sus representantes políticos por criminalizar y satanizar la experiencia social y política desarrollada por las grandes mayorías populares es una señal de que las fuerzas sociales, en su movilización y demandas, se estaban encaminando en el sentido correcto. 

No debemos olvidar que, en las ciudades,  pueblos  y plazas de  nuestro país  se respiró esperanza y  convicción de que las transformaciones eran posibles. Miles de cabildos territoriales, marcha de un millón y medio de personas en Santiago y más de dos millones en otras ciudades, conciertos musicales, cacerolazos, conformación de equipos de salud y protección, la llamada primera linea, medios alternativos y comunales informando de las actividades y denunciando la violencia estatal, la huelga general del 12 de noviembre convocada por las organizaciones sociales, en fin un torbellino de organización y lucha social.

Tampoco debemos olvidar la represión que se desencadenó contra la población que se manifestaba. La represión y criminalización fue brutal. Las más de diez mil denuncias de violaciones a los derechos humanos son muestras de la violencia institucional ejercida.  Cinco años después,  quienes sufrieron la inhumana acción de los agentes del estado siguen esperando por  verdad, justicia y reparación integral.  El Estado de Chile tiene la obligación de promoverlas y realizarlas.

El movimiento social y popular debe reflexionar sobre dicha experiencia habida consideración que las condiciones que la generaron, los derechos conculcados, los abusos y promesas incumplidas se mantienen. Hoy es urgente aprender las lecciones de las movilizaciones y la revuelta para generar espacios de unidad y continuar la lucha por derechos sociales, dignidad  y las transformaciones estructurales urgentes. Con mayor razón cuando asistimos a  mayores desigualdades y privilegios. Muestras de ello lo constituye el cuestionamiento a las instituciones, el caso Hermosilla que devela cómo funciona la elite dominante, el voluminoso sueldo de Marcela Cubillos y tantos otros ejemplos que nos hablan de corrupción e impunidad.

Lo reiteramos, las causas que motivaron la revuelta popular  siguen latentes, las aspiraciones a la justicia social  son consustanciales al ser humano. Son millones los que reclaman salud de calidad, pensiones dignas, vivienda, trabajo decente. Cientos de miles de profesionales que aspiran a trabajar en lo que estudiaron. Son millones los que se indignan por las injusticias y los abusos. Y la unidad y  la lucha por justicia y las transformaciones que el país requiere son y serán siempre objetivos legítimos. 

CODEPU

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