“El racismo operará sin obstáculos y en sus diversas formas (como racismo biológico, cultural, primario, cotidiano, institucional, científico), para legitimar y naturalizar el castigo y principalmente la explotación, lo que implica en algún momento, racionalizarlo”
Maria Emilia Tijoux.
Este 10 de octubre se conmemoró el día internacional de la salud mental y nos parece pertinente anudar con aquello que se conmemora cada 12 de octubre en este país; el “día del encuentro de dos mundos” o “día de la raza”. Pero ¿para qué anudar ambos hechos? Anudarlos para interrogar qué de racismo hay en la noción de salud mental, cuando opera como un dispositivo que racionaliza la violencia que se inscribe en la multiplicidad de cuerpos que no coinciden con los ideales universales del ser humano occidental.
En el prólogo de “Los Condenados de la Tierra” de Frantz Fanon, Sartre nos interpela con una lectura que describe muy lúcidamente este acontecimiento, el texto versa; “No hace mucho tiempo, la tierra estaba poblada por dos mil millones de habitantes, es decir, quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponían del Verbo, los otros lo tomaban prestado” (p. 5, 1961).
Pensar en torno a la salud mental, exige pensar la historia de su realidad -como ideal occidental-. Interrogar cómo se ha construido y cómo se ha ejercido, más allá de los reformismos de su práctica, ya sea asilar o comunitaria -casa de orates o centros de psiquiatría comunitaria-, creemos importante discutir si en su ejercicio hay un racismo de carácter inmanente.
¿Qué ocurre cuando el funcionario de la salud mental se dispone como un otro que viene de un mundo “cuerdo” y “civilizado”? Él, que goza de un saber y un poder que, con o sin benevolencia, termina por someter al otro; controlando, empastillando y encerrando (cuando técnicamente se ve sobrepasado). El sujeto técnico/profesional -hablado por un otro colonial-, interviene a la base de un discurso que habla de una normalidad, por lo demás medible, empalmando conceptos que son propios de una ideología, que segrega en términos racistas a quienes no se ciñen al traje del rey.
Indígenas, negros, migrantes, pobres, niñxs, mujeres, disidencias sexuales y locos, quedan ajenos en términos de derechos y posibilidades de acción política e incidencia en el espacio público. A partir de clasificaciones -psiquiátricas-, el dispositivo de la salud mental de carácter occidental coloniza la diferencia y las singularidades, transformándolas en mera población y datos de gestión gubernamental.
Podemos decir que la práctica de quienes trabajamos en el ámbito de la salud mental, nos vemos formados y exigidos a reproducir una ciencia más ligada a la etología en contraste al desarrollo de prácticas que faciliten pensar y transformar nuestra realidad histórica, hoy abyecta al consumo, al endeudamiento y al individualismo, es decir, al aislamiento y a la ruptura de los lazos sociales.
Parece importante preguntarnos siempre, desde qué resonancias históricas hablamos, cuando decimos; “inteligencia”, “capacidades cognitivas”, “estabilidad emocional”, “buen comportamiento”, “juicio de realidad”, etc. En función de qué y para qué ¿para el mercado o para las necesidades y deseos concretos de aquel que nos quiere hablar de su malestar en esta cultura?
La razón moderna de los colonizadores, cuando plantea que la salud mental es; “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (Organización Mundial de la Salud, 2020), deja inmediatamente en el margen, a todos quienes no hemos podido cumplir con este imperativo, no sólo idealista, sino que totalitario. Este ideal no reconoce falta alguna en el sujeto, sino que es un estatuto imposible de sostener.
Interesante sería, una nueva apuesta para reescribir cómo nos reconocemos como sujetos en un mundo por descolonizar, en términos de cómo concebimos nuestra realidad, cómo la construimos y cómo lidiamos con esta, cómo armamos lazos y cómo pensamos un modelo de salud -ético y creativo- que haga estallar la segmentación del modelo médico actual -colonialista en su ejercicio ideológico y asistencialista-, que se traduce en “salud mental” o “salud física” -para ricos y para pobres-, disociada de los territorios en disputa y de los procesos históricos que nos atraviesan. En fin… hace un año atrás, acontece una revuelta permanente que ha excedido las estrategias pastorales de control gubernamental, resistiendo una catástrofe sanitaria de características globales. El efecto de esta resistencia, tal vez nos pueda posibilitar la construcción de un modelo pensado desde los oprimidos para los oprimidos, para que dejen de ser tales.
Fidel Lajara E.
Equipo Psicosocial
CODEPU